Autor: Roberto Ariel Tamburrini
“El movimiento del universo
concentrado en un individuo
se convierte el lo que he
llamado la voluntad”.
“La danza debería ser esta
voluntad del individuo”.
(El Arte de la Danza / Isadora Duncan)
Voy a referirme, cada vez que hablo de artista en este escrito, al mismo como coreógrafo- intérprete, entendido aquí como una misma persona, lo cual no niega la posibilidad que bajo otros análisis puedan considerarse independientemente uno del otro. Llegando aun más lejos creo, y en esto coincido plenamente con Friedrich Nietzsche, que no podemos separar al mismo de su obra, ni esta del público. Así como en el misterio de la trilogía cristiana Dios es Uno pero también Tres (Padre, Hijo y Espíritu Santo), develo el secreto de la producción artística como una unidad conformada por un triángulo de tres ángulos, donde es imposible hablar de alguno sin amparar los otros.
En el contexto contemporáneo donde me voy a manejar, el artista no es necesariamente alguien con linaje aristocrático ni con una matriz corporal predeterminada, virtudes innatas y talento a priori; sino que se trata de un individuo en busca de su autonomía e independencia desarrollándose según un proceso. Este tránsito es consecuencia del germen instaurado desde la bisagra histórica que representó la Danza Moderna y capitalizado plenamente en la Danza Contemporánea y la Nuevas Tendencias cuando irrumpe el concepto de dinámica del movimiento como la ciencia de las gradaciones de fuerza. Ahora el Ser es entendido como constante Devenir, proyectando pero a la vez condicionando su conflicto interno bajo parámetros energéticos espacio-temporales, a los cuales defino como expresión, representados en la Expresión Corporal-Danza como exponente ejemplar.
Siguiendo con la agrupación por tríadas, voy a sumar un tercer aspecto a los dos tratados anteriormente. Éste está claramente representado por la cita que encabeza este trabajo. Me atrevo así a definir la estética de la danza como la voluntad del artista plasmada en una obra que se transmite a los espectadores, haciendo de esta producción artística una unidad indisoluble.
En “El Origen de la Tragedia”, Nietzsche plantea este conflicto como la tensión entre dos fuerzas que personalmente no considero estrictamente antagónicas: lo dionisíaco y lo apolíneo. A mi entender, ambas deben ser alineadas por la voluntad del coreógrafo-intérprete que, rodeado de bailarines y público, se convierte en eje de la obra, “como el magnífico perímetro en cuyo centro se les manifiesta la imagen de Dionisio”(1).
En consecuencia, el público como nosotros lo concebimos, pasivo y solo receptivo, no es concebido en este hipotético contexto. Aquí “el coro es el espectador ideal…que mira el mundo de visiones en escena”(2); aclarando el autor que “el mito quiere ser percibido intuitivamente”(3).
La realidad embriagada de lo dionisíaco, en su muerte y resurrección, siempre dice “yo”. Salvajemente arrastrado por la existencia, este belicoso servidor de las musas representa la vida sensible y lúdica, desarrollada en la Expresión Corporal-Danza a través de las dos técnicas de carácter dionisíaco: la Sensopercepción y la Improvisación.
En 1786, más de dos siglos atrás, el bailarín francés Le Pics fue llamado como “el Apolo de la danza”. Es hora de plantearnos “el Dionisio de la danza”, para así lograr que “el perpetuam vestigium de la uníon de lo apolíneo y lo dionisíaco” (4) haga que nuestro artista exprese su mundo en imágenes, utilizando nuestra tercera técnica (siguen las tríadas…), llamada Composición, de carácter apolíneo, para que la creación sea ordenada y clasificada, instaurándose culturalmente como norma.
Ahora bien, en nuestra realidad escindida, desintegrada, nihilista: ¿Quién es el artista que pueda alinear lo dionisíaco y lo apolíneo? Es alguien que logre aliviar el dolor, el nuestro y el propio, apuntando sus flechas a nuestros sentidos, más precisamente al más primitivo de ellos: el olfato. Es un fluido dinámico, invencible por lo tanto, de naturaleza salvaje pero clarificadora, que con el dolor de sus heridas da forma a través de la expresión a su universo interno.
Me gusta nombrarlo como BÁLSAMO, definido por el Nuevo Diccionario Enciclopédico Fides como “sustancia aromática, líquida y casi transparente al tiempo que por incisión se extrae de ciertos vegetales, pero que se espesa y toma color por la acción atmosférica.”
Artista que, como escribe Nietzsche “en este supremo peligro de la voluntad, se aproxima al arte, como un mago y un salvador.”(5), de carácter IMPERATIVO, normativo, que decide sin consultar pero con la percepción abierta, cargando sobre sus anchas espaldas errores propios y ajenos, ordenando y expiando mientras danza, consagrándose como un guerrero sobre su campo de batalla, el escenario de la vida. Comprometido pero despreocupado y risueño, irradiando su voluntad categóricamente y convirtiéndose en su propia obra de arte. El artista desconocido, aun no manifestado, pero que comenzamos a percibir con nuestro olfato en estos tiempos difíciles, promesa y enigma, es aquel que irrumpe como un cazador en la noche.
Es, en resumen, nuestro BÁLSAMO IMPERATIVO.
(1) El Origen de la Tragedia. Capítulo 8, página 105.
(2) El Origen de la Tragedia. Capítulo 8. página 104.
(3) El Origen de la Tragedia. Capítulo 17, página 172.
(4) El Origen de la Tragedia. Capítulo 5. página 89
(5) “El Origen de la Tragedia”. Capítulo 7, página 101.
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